martes, 9 de febrero de 2010

El maestro

No entraré a decir lo mucho que siento no poder escribir con toda la asiduidad que me gustaría, ya que, de una manera u otra todos sabéis por los momentos que paso, y bueno, por los momentos que podemos estar pasando todos. Así que no me dilataré en este dislate.

Pero si quiero hacer mención a la fuerza soberana que me ha producido el hecho de que ahora, a esta santa hora de las 23:37, haya salido como un resorte de mi acolchado sofá y me haya puesto como un auténtico poseso a escribir estas líneas que aquí os muestro.

Un amigo, un buen amigo, que tampoco está pasando por el mejor de sus momentos me llama para contarme, pues que te puede contar un gran amigo, pues todo y nada. Y te habla y te habla y cuando se despide te suelta la frase: ¡Eh! Pon la dos corre, a ti que te gusta eso del cine, que está alguien hablando sobre unos decorados de como los pinta. Yo, en mi total y absoluta vaguería le digo con una sonrisa burlona que sí, que ahora mismo lo pongo, sabiendo que no quería bajar las piernas de encima de la mesa, ni privar a mi padre de su dosis televisiva, ni muchisimo menos levantarme de tal magnífico sillón en el que se hallaban mis posaderas.

Pero tal fue su insistencia que, como el diría, las cosas tienen un sentido y por eso ocurren -siempre discreparé-, perezoso y con las piernas renqueantes me encamino al sofá y sólo digo: Papa, que ahora te la dejo donde estaba, déjame ver un segundo una cosa.

Una hora después aquí me tienen, escribiendo con profusión y devoción estás letras y habiendo dejado a mi pobre padre maravillado y triste por lo que acabábamos de ver.

Voy voy, no seáis impacientes, ya os lo cuento.

Vimos un documental sobre Emilio Ruiz del Río. Seguramente a algunos de los que por aquí me siguen sabrán de sobra quien es, pero, al igual que un servidor, habrá muchos que no tenga ni repajorela idea de quien es.

Pues es... No se, como resumirlo, quizás como acertadamente pongo en el título de esta entrada, es El Maestro. También podría decir que es la persona que yo siempre he querido ser. Ahora, querido Rober, si rescatas una conversación años atrás que tuvimos entre estúpida y transcendental, te acordarás de las palabras que siguen. Ahora, como decía, tengo dos ídolos, Ernest Shackleton y Emilio Ruiz del Río. Por desgracia para mi, ahora que por fin idolatro a alguien, nunca podré hablar con ninguno de los dos. Soy antojadizo, lo se.

Algún día hablaré del primero, ahora toca a mi recién coronado mito.

Para ir abriendo boca diré que tiene tres Goya, de las nada más y nada menos que diez veces que estuvo nominado (y eso porque el es anterior a los premios), ningún Oscar que ahora se me antoja injusto, que es considerado el mejor en la pintura sobre cristal y, bueno, no me voy a poner a relatar todas las partes de su biografía ya que unas personas muy competentes lo han hecho y además muy bien.

Quiero resaltar de esta persona, de este grandísimo profesional, ojalá pudiera decir algo sobre su persona porque después de muerto todos somos estupendos y fantásticos y no quiero caer en falacias. Como iba diciento, quisiera resaltar unas características que me han dejado maravillado y que me recuerdan porque yo, o más bien todos los que hacemos los cortos que podéis ver, nos hemos metido en esta aventura.

La primera la ilusión, por supuesto, una característica que tiene que predominar por encima de todo lo demás, y ya no sólo en el mundo del cine, si no también en cualquiera de los ámbitos. Pero seré más conciso diciendo que hablo de la ilusión nunca perdida. La avidez de sus palabras, de sus gestos, el amor en el trato de su trabjo, que decir lo que transmitía cuando recordaba sus trabajos. El entusiasmo de un chaval cuando va a rodar su primera escena. Digno de alabar y de no olvidarlo jamás.

Y la otra característica es... El cine por el cine. El cine por el cine, si no he oído en el documental hasta 6 veces esa frase, no la he oído ninguna. He tenido que decir en un momento, pero bueno, ¿es que este hombre ha inventado el cine?

No, ha hecho una cosa, en mi humilde opinión, más importante aún. El recordarnos en que consistía el cine. Lejos de las grandes maquinarias tecnológicas, a años luz de los grandes presupuestos, él, con un cordel, un cristal pintado (muy bien pintado) y cuatro cosas que podemos encontrar en casa, creaba como el ejercito salía de las cuevas y atravesaba el desierto para ir a combatir. Sin ordenadores, sin cromas, simplemente con pintura, maquetas y... Y una imaginación tan desbordante y aguda como su ingenio.
Me encantan las maquetas, he de confesarlo, de pequeño hice unas cuantas, pero como todo, fue una fase de mi vida. Cuando me metí, bueno, cuando Rober me engatusó para que le acompañara en este lío (todavía le sigo dando las gracias), todo iba a ser así, con maquetitas, simulando coches, ciudades, rascacielos, etc. Cuando veo que alguien como Emilio ha sido capaz de acuñar esas dos pasiones y hacer de eso su vida, me entra una sensación realmente extraña.

Creo que es una sana y enorme envidia.

Emilio, estés donde estés, si tienes internet y puedes leer esto, gracias, de todo corazón.

2 comentarios:

  1. Pues ahí va otro grande: Ray Harryhausen. Es el que hizo en el taller de su casa todos los efectos de Furia de Titanes, Simbad... Leí un reportaje sobre él en la revista Scifiworld y quedé fascinado.

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  2. Me alegra haber hablado aquella noche contigo pero más aún me alegro al leer este artículo tan bueno y sentido. Un abrazo grande.

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